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—¿Sabe cómo piensan esos asesinos? Ven a sus víctimas como objetos; se olvidan que tienen familia, que alguien los espera al regresar a casa, que tienen nombre. Para ellos son únicamente receptáculos de su odio. Un lugar donde dejar todo su resentimiento. Por eso yo nunca olvido el nombre de las personas. Estela Carmona, niña de diecisiete años, asesinada y violada en su casa —Reynoso caminaba lentamente dirigiéndose a su lugar en el escritorio, cerca de la mujer—. Eso es lo que me duele. Que el maldito que la mató la conocía, que la tocaba, que decía amarla.

La mujer lo miró a los ojos. Sentía una opresión en el pecho. Quería llorar, pero ya no había lágrimas; estaba seca, completamente seca.

—Según lo que he sacado en claro —dijo Reynoso tomando el sobre entre las manos y revolviendo las hojas y fotografías que estaban dentro de él—, el sujeto se llama Ulises Vázquez, conoció a su hermana saliendo de su escuela. Se frecuentaban, casi eran novios, pero lo que no sabía su hermanita es que este tipo ha matado antes y seguirá matando. Por eso, señorita Carmona, yo quería proponerle algo…

Reynoso se levantó dejando abierto el sobre con varias fotos. El tipo parecía todo menos una buena persona. La mujer lo vio con detenimiento. Lo imaginó poniendo sus manos sobre su hermana, golpeándola, cortándola, violándola. Tenía ganas de vomitar. Ahora que tenía una prueba palpable del asesino todo volvía a ser real y dolía. ¡Cómo dolía!

—…Pero no quiero que salga de aquí. Esto se lo digo porque sé que puedo confiar en usted y porque su caso es especial, porque hay que ayudarla, porque debo ayudarla, porque quiero ayudarla.

Reynoso había puesto la mano derecha sobre el hombro de ella.

—El tipo va a quedar libre. Alguien tiene que matarlo. A lo mejor en este preciso instante está con otra víctima, preparándose para asesinarla.

La mujer veía con detenimiento al detective, digería lentamente las palabras.

—¿Pero qué puedo hacer?

Reynoso se tomó su tiempo, abrió un cajón y sacó una pistola.

—Yo he matado. Mientras trabajaba en la policía maté a unos seis o siete tipos. Todos se lo merecían. Pero lo hice porque yo era un representante de la ley. Ayer que encontré a este sujeto tuve ganas de hacerlo, de darle un tiro y luego dejarlo ahí, pero ¿sabe por qué no lo hice?

—No sé.

—Porque sería un asesinato. En cambio, si usted lo hiciera sería justicia.